El supermercado es un sitio muy inspirador. Como anuncié en una entrada anterior voy a hablar un poco de las tarjetas de fidelización. Son un tema que me intriga, por un lado, desde el punto de vista “técnico” me parece una gran idea: todo el mundo se la termina haciendo, no cuesta nada y al final a lo mejor consigues algún descuento; pero por otro me tiene asustado.
Me explico. Cada vez que realizamos una compra y pasamos la tarjeta, la empresa recibe los datos de todo lo que hemos comprado, cantidades, precio, marca… esta información va asociada a nuestros datos. Para ejemplificarlo pensad en un perfil de facebook con todos vuestros datos y una lista de todas vuestras compras en los últimos 2 años. Toda esta información que como consumidor nos da igual y por tanto pasamos la tarjeta (¿gratis? pues la paso, pero si nos dan descuentos, ¿por qué no nos la cobran?) es el mayor estudio de mercado que se puede hacer. Cuando compramos algo, la empresa sabe que preferimos esa marca a ese precio respecto a todas las demás, pero además de todo esto, pueden observar la evolución a lo largo del tiempo. Si suben un precio y seguimos consumiendo ese producto con la misma frecuencia, ¿por qué bajarlo? En definitiva y añadiendo el efecto que da la escala de gente que usa estas tarjetas, le estamos dando un montón de datos a las empresas que en malas manos puede ser muy “útiles”.
Problemas técnicos aparte, la culminación de la idea sería que con una base de datos tan grande de todos los consumidores, y de ti en particular, fueran capaces de poner precios personalizados a los productos, es decir, si a mí me encanta la coca-cola (tendrán en sus datos mi consumo de litros mensuales) y no estoy dispuesto a comprar otra marca, me pondrán un precio sensiblemente más alto que a alguien que es indiferente entre coca-cola y pepsi. Y así con millones de productos y millones de consumidores. Por cierto, seguro que os pasa, ¿a que los vales descuento que salen son de productos que consumís poco o nada? Pues por ahí van los tiros.